El acoso escolar no es solo empujones en los pasillos o insultos en redes sociales. Es el miedo de un niño antes de entrar al aula, el silencio de una adolescente que ha aprendido a no esperar ayuda.
Es una sombra latente, que sigue a quien lo vive, muchas veces a diario, afectando su autoestima, su aprendizaje y su bienestar emocional.
Según la UNESCO (Herrera-López, Romera & Ortega-Ruiz, 2018), uno de cada tres estudiantes ha sido víctima de maltrato y en México, más del 40% de los alumnos han sufrido algún tipo de violencia escolar (De Agüero Servín, 2020). Es un problema que no desaparece con el tiempo, ni se queda en la infancia: muchas víctimas llevan sus cicatrices hasta la adultez.
Si bien el acoso escolar es una realidad en muchas escuelas, también hay casos que nos demuestran que “el cambio es posible”. Estrategias bien diseñadas han logrado reducir la incidencia del hostigamiento y crear espacios de convivencia más seguros:
En Finlandia, más del 90% de las escuelas han implementado KiVa, un programa basado en la intervención entre pares. No se enfoca en castigar a los agresores, sino en cambiar la dinámica grupal para que el acoso deje de ser aceptado. ¿El resultado?, reducción del hostigamiento en un 50% (Salmivalli, 2007).
En México, docentes han comenzado a aplicar prácticas restaurativas en el aula. En los “círculos de paz”, los estudiantes se sientan en ronda, hablan de sus conflictos y buscan soluciones juntos. En lugar de castigos, aprenden sobre empatía, responsabilidad y cómo reparar el daño (Schmitz, 2018).
En Colombia, adolescentes han tomado la iniciativa. En TikTok y YouTube y han creado contenido que “desnormaliza el acoso” y ofrece apoyo entre pares. Lo hacen en su propio lenguaje, con sus propias historias, generando una ola de conciencia que sigue creciendo (“Nosotras, 2021”).
Para detener el bullying, no basta con decir que está mal. Hay que cambiar la forma en que pensamos, actuamos e interactuamos. Aquí es donde entran herramientas como la Programación Neurolingüística (PNL) y la Kinestesia.
Las palabras que usamos para describirnos a nosotros mismos moldean nuestra identidad. Las víctimas de hostigamiento suelen internalizar mensajes como “No valgo nada" o "Soy débil". A través de la PNL, se trabajan técnicas para cambiar estas narrativas, transformándolas en afirmaciones que fortalecen la autoestima (Mindtraining, 2018).
Ejemplo: Talleres donde los estudiantes reescriben frases destructivas en mensajes de afirmación, como "Tengo valor y merezco respeto."
El maltrato no siempre deja moretones visibles. Se esconde en miradas bajas, en cuerpos encogidos, en el silencio de quien evita el recreo. Según García (2019), entrenar a docentes en “lenguaje corporal” les permite reconocer signos de ansiedad o incomodidad en estudiantes, y actuar antes de que el problema escale (Pérez & Ramírez, 2021).
Ejemplo: Profesores que observan la postura y expresiones de los alumnos en clase, identificando a quienes necesitan apoyo.
El bullying no es un fenómeno nuevo, pero su visibilidad y gravedad han aumentado en los últimos años. De acuerdo con el informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupa uno de los primeros lugares en casos de acoso escolar entre los países miembros. Este tipo de violencia afecta no solo el rendimiento académico, sino también la salud emocional de quienes lo sufren.
Las cifras son alarmantes: según la Encuesta Nacional sobre Discriminación (ENADIS, 2022), más del 30% de estudiantes entre 10 y 17 años ha declarado haber sido víctima de algún tipo de violencia en su entorno escolar. Estos actos incluyen burlas; exclusión, golpes, amenazas y en casos más graves, agresiones psicológicas sistemáticas que pueden desencadenar trastornos de ansiedad, depresión o ideas suicidas.
El acoso tiene además un componente estructural que refleja desigualdades sociales, racismo, clasismo y machismo. Muchos de los estudiantes agredidos pertenecen a grupos marginados, como niños indígenas, personas con discapacidad, estudiantes LGTB+ o quienes provienen de contextos de pobreza extrema.
Frente a este panorama, es indispensable que las escuelas dejen de ver el acoso escolar como un “problema entre niños” y lo asuman como un síntoma de violencia más profunda, que debe ser abordado desde la prevención, la educación emocional y la construcción de entornos seguros y respetuosos.
El acoso no desaparece solo. Requiere compromiso de todos:
El hostigamiento es una realidad que afecta a miles de jóvenes. Pero cada programa, cada estrategia y cada voz que se alza para cambiar la historia nos recuerda que el acoso escolar no tiene que ser inevitable.
“El bullying no es solo un fenómeno escolar, sino un reflejo de desigualdades y violencias estructurales que atraviesan a nuestra sociedad. Cada empujón, cada silencio obligado, cada mirada esquiva es un llamado a todos –educadores, familias, instituciones y sociedad– para asumir nuestra responsabilidad ante esta problemática”, afirma la terapeuta Yolanda Manquero Ojinaga. “Desde una perspectiva profundamente humanista, debemos reconocer que cada estudiante es un ser integral, con dignidad intrínseca, y que tiene derecho a vivir y aprender en entornos seguros, donde la empatía, la inclusión y el respeto sean prácticas cotidianas, no solo discursos” asegura la especialista.
Manquero quien tiene una especialidad en Terapia de Arte y Certificada en Neuropsicología Clínica dice: “Hoy sabemos que el hostigamiento afecta el desarrollo integral de quienes lo sufren: su autoestima, su capacidad de aprendizaje, su salud mental y, en muchos casos, su proyecto de vida hacia el futuro. Las cifras que nos presentan organizaciones internacionales y nacionales no son meras estadísticas; son rostros, historias y vidas que exigen ser escuchadas y protegidas. El silencio, el aislamiento y la resignación no pueden seguir siendo respuestas aceptables frente a una realidad tan compleja y dolorosa”.
“El acoso escolar no es inevitable. Es una realidad que podemos y debemos transformar desde una visión que ponga al ser humano y su dignidad en el centro, buscando educar en y para la empatía, promoviendo prácticas restaurativas y lúdicas, fortaleciendo el desarrollo emocional y creativo, formando docentes y adultos que aprendan a identificar señales de alerta en cualquier ámbito”. Finaliza la especialista.