Miguel Ángel Félix Gallardo fue escolta del gobernador de Sinaloa, Leopoldo Sánchez Célis. Eran los 60’s. Después, tras la operación Cóndor que trajo 10 mil militares a Sinaloa en 1976, se trasladó a Jalisco desde donde lideró el Cártel de Guadalajara, el germen de los primeros clanes que integraron lo que ahora conocemos como el Cártel de Sinaloa: los Carrillo, los Guzmán, los Zambada, los Esparragoza, los Beltrán Leyva.
Con Antonio Toledo Corro, gobernador de 1981 a 1986, el narcotráfico se consolidó en Sinaloa. Fue él quien, ya retirado de la política, vendió en millones de dólares los terrenos de Las Cabras en Escuinapa al gobierno de Felipe Calderón para el desarrollo turístico del Centro Integralmente Planeado de Playa Espíritu. Proyecto que terminó rifado en lotes por López Obrador. Toledo Corro murió de 99 años tras comprar a los Venados de Mazatlán. Antes de morir, fue homenajeado por el gobierno del estado.
Luego vino Francisco Labastida, quien gobernó de 1987 a 1992. Fue el primer candidato perdedor del PRI a la presidencia y su hijo funcionario del malovismo. Durante su sexenio, Félix Gallardo fue detenido en un operativo ordenado por la PGR. En abril de 1989, tres de los funcionarios de seguridad más importantes de Sinaloa estaban “desaparecidos”; luego aparecieron presentados como cómplices del “Jefe de Jefes”. Incluso, el Coordinador del Plan Estatal de Seguridad estuvo prófugo. Mientras Félix Gallardo era el narcotraficante más relevante del país, en Sinaloa la estructura de seguridad estaba a su servicio. Labastida dijo entonces: “me fallaron los informadores”.
Vino después el ingeniero agrónomo Renato Vega Alvarado, que gobernó Sinaloa de 1993 a 1998 sin alterar el statu quo. Durante su gobierno hubo 1.6 asesinatos diarios y fue particularmente relevante la desaparición de tres jóvenes tras acudir a una fiesta en Las Quintas. Nunca aparecieron.
Luego vendría Juan S. Millán, gobernador de 1999 al 2004. Al final de su sexenio ocurrió el asesinato de Rodolfo Carrillo Fuentes en Culiacán, hermano de “El Señor de los Cielos”, que evidenció cómo la Policía Ministerial encabezada por Jesús Antonio Aguilar Íniguez, brindaba protección al crimen organizado. El comandante “Chuy Toño” estuvo prófugo y en la lista de los más buscados de la PGR con una recompensa de 5 millones de pesos. En un libro sobre sus memorias, de Arturo Santamaría, Millán niega haber tenido conocimiento de la situación a pesar del aparato de espionaje con el que contaba. Su sexenio promedió 1.25 asesinatos diarios.
Aún así, Millán logró poner a Jesús Aguilar Padilla como candidato del PRI a la gubernatura. Aguilar se impuso en una cuestionadísima elección al panista Heriberto Félix y gobernó Sinaloa de 2005 a 2010. Durante su sexenio, Calderón lanzó la “Guerra contra el narco” y en enero de 2008, Alfredo Beltrán Leyva “El Mochomo”, fue capturado en pleno Culiacán desde donde operaba. En mayo del mismo año, asesinaron a Édgar Guzmán, hijo de “El Chapo”. El Día de las Madres siguiente nadie salió en Culiacán. También fueron asesinados el vocero Óscar Rivera, el presidente de los ganaderos, Enrique Mendívil y el secretario de turismo, Antonio Ibarra. Todos crímenes impunes. Para 2010 Sinaloa promediaba 6.6 homicidios diarios.
En la siguiente elección, Millán volvió a operar, esta vez contra Aguilar. Le ganó la partida con Mario López Valdez como candidato, un priista abanderado por la alianza PAN, PRD y PT. El candidato perdedor del PRI fue el empresario de la carne Jesús Vizcarra, que durante la campaña apareció en una foto con “El Mayo” Zambada. Malova gobernó de 2011 a 2016, rescató al comandante “Chuy Toño” del ostracismo y lo volvió Jefe de facto de la seguridad en el estado. Su rol cómplice con el Cártel de Sinaloa está documentado en el juicio de “El Chapo” Guzmán. “Chuy Toño” fue retirado con honores, pensionado por la policía y murió de Covid en 2020. Malova promedió 3.7 homicidios diarios y durante su gestión “El Chapo” fue recapturado dos veces en Sinaloa. Ese 2014, a mí me dieron un balazo, Malova dijo: “tuvo mala suerte Adrián”.
Llegó entonces el empresario mazatleco Quirino Ordaz Coppel, quien rescató el estado para el PRI; gobernó de 2017 a 2021 con talante empresarial y el estilo de Atlacomulco. Logró la candidatura con el apoyo de Peña Nieto y los grandes empresarios del estado, imponiéndose al preferido del gobernador, Gerardo Vargas, secretario de gobierno y uno de los operadores de la candidatura a la diputación local de Lucero Sánchez, pareja de “El Chapo” Guzmán. Ordaz militarizó la seguridad del estado al conveniar con la Policía Militar y poner elementos castrenses en los mandos principales. Durante su sexenio, los homicidios se redujeron de 4.2 diarios en 2017 a 1.76 en 2021, pero las desapariciones se dispararon a casi 3 diarias. También mataron al periodista Javier Valdez. El 17 de octubre de 2019, Culiacán vivió su primer Jueves Negro en un operativo fallido para detener a Ovidio Guzmán. Los criminales reaccionaron con acciones de narcoterrorismo en Culiacán y en ellas murieron 3 víctimas inocentes y 11 militares fueron secuestrados. La derrota se la llevó el Gobierno Federal, pues López Obrador ordenó liberar a Ovidio. Ordaz Coppel dijo no estar informado.
En 2021 ganó, por primera vez en la historia, la izquierda en el estado. Lo hizo de la mano de Rubén Rocha Moya, ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, exjefe de Asesores de dos gobiernos priistas y entonces senador por Morena. Era su tercera oportunidad. Lo logró en alianza con el Partido Sinaloense, fundado por Héctor Melesio Cuén Ojeda, otro ex rector a quien Rocha había criticado por convertirse en cacique de la Universidad. A ese partido sigue afiliado más del 60% de la nómina universitaria y fue otro de los impulsores de Lucero Sánchez. Los morenistas defendieron la alianza con el argumento de que era más importante “el proyecto” y había que “amarrar la elección”. Durante la elección de 2021, el crimen organizado participó activamente secuestrando operadores electorales del PRI, reventando casillas y amenazando candidatos en Culiacán y Badiraguato; se presentaron 44 denuncias por delitos electorales, 7 de ellas por desaparición de personas. Rocha le ganó casi 2 a 1 a Mario Zamora.
Sinaloa cerró 2022 con 495 homicidios, era la cifra más baja de los últimos 15 años, pero con 962 personas desaparecidas. El gobierno del estado lanzó el “Puro Sinaloa” campaña positiva sobre Sinaloa. Se hablaba incluso de la pacificación del estado como caso de éxito.
Pero a poco más de un año de gobierno, Rocha Moya se enfrentó a un segundo Jueves Negro. Esta vez el operativo fue en Jesús María, afuera de Culiacán. La SEDENA tuvo éxito: Ovidio fue detenido el 5 de enero de 2023. Esta vez, el narcoterrorismo tuvo escala estatal y hasta regional: hubo 19 bloqueos y 250 despojos e incendios de vehículos desde Los Mochis hasta Escuinapa. Fueron abatidos 19 civiles y murieron 10 militares, 4 civiles más resultaron heridos. El estado entero se paralizó y la gente fue obligada a resguardarse en sus casas. El gobierno federal agradeció la colaboración de las autoridades estatales pero Rocha Moya argumentó lo mismo que Quirino: tampoco le avisaron del operativo.
El 25 de julio de 2024, Joaquín Guzmán secuestró a “El Mayo” Zambada en Huertos del Pedregal y se lo llevó con él a Estados Unidos, ahí mismo mataron a Cuén que buscaba el apoyo del crimen organizado para mantener su dominio político y financiero sobre la UAS, el segundo presupuesto público más grande del estado. Un escolta de Zambada era agente activo de la Fiscalía estatal y hoy está desaparecido. La FGR atrajo el caso pero no hay ningún avance público de la investigación; Fausto Corrales, testigo de todo y parte del montaje del robo de vehículo en la gasolinera está libre y con protección del estado.
Semanas después, el 9 de septiembre de 2024, los balazos se soltaron simultáneamente en La Campiña y Costa Rica, así comenzó la guerra entre las facciones que cumple hoy 358 días y que en ese periodo ha dejado mil 960 asesinatos y más de 2 mil personas desaparecidas, además de 6 mil 986 vehículos robados, entre otras violencias. También, 48 agentes de seguridad estatales, municipales y ministeriales han sido asesinados; el último apenas anoche.
De 1990 al día de ayer, Sinaloa acumula 31 mil 041 homicidios. Eso equivale a 1 y media veces el estadio de los Tomateros lleno o más de 2 veces los civiles asesinados en la guerra de Ucrania. Hay también, 6 mil 680 personas desaparecidas y no localizadas, oficialmente.
De seguir como va, este 2025, Sinaloa podría concluir con casi 40 mil delitos del fuero común, lo que lo convertiría en el año más violento de nuestra historia. Son más de 100 diarios.
Sin embargo y a pesar de la explosión de violencias letales y patrimoniales, seguimos teniendo apenas mil policías estatales, lo que nos ubica en el antepenúltimo lugar nacional en ese indicador por cada mil habitantes; además, la Fiscalía estatal entrega resultados de 94% de impunidad en materia penal. A pesar de las evidentes carencias, el presupuesto de seguridad de Sinaloa crece marginalmente año con año.
Hoy, han venido a Sinaloa casi 10 mil militares de todas las corporaciones. Se han detenido a más de mil 600 personas, decomisado más de 100 laboratorios clandestinos e incautado 3 mil armas y decenas de toneladas de drogas sintéticas. En Estados Unidos, tanto Ovidio Guzmán como Ismael Zambada se declararon culpables pero acá en Sinaloa sus facciones mantienen la guerra sin que las autoridades puedan evitarlo.
En materia de drogas, vivimos en la era sintética: el fentanilo sigue siendo uno de los principales negocios del narcotráfico en Estados Unidos, mientras que las metanfetaminas son el principal tráfico del narcomenudeo local en Sinaloa y México. A pesar de la enorme evidencia histórica de su fracaso, la política de drogas sigue anclada en el prohibicionismo al tiempo que México y Estados Unidos militarizan sus estrategias securitistas.
Hoy es casi el primer aniversario de la más violenta de las disputas criminales que hemos vivido los sinaloenses, pero lo que en verdad nos trajo acá fue habernos creído todos, por décadas, una mentira.
Esa que decía que el narco sinaloense era diferente a otras mafias en otros lugares menos afortunados: una mafia donde sus miembros son “buenas gentes” y “dejan trabajar”, una “que no se mete contigo, siempre y cuando no te metas con ellos”. Una que incluso, “convenía” porque metía circulante en la economía. Esa creencia implicó ser cómplices, beneficiarios o, en el mejor de los casos, omisos.
Hoy, con los nombres a cuestas de víctimas inocentes como Gael, Alexander, Rubén, Jorge y otros tantos, vemos con dolor y tristeza que eso no es cierto. La mafia sinaloense amenaza, amedrenta, tortura, extorsiona, asesina y desaparece como cualquier otra en el mundo.
Pero esto no se trata de “buenos y malos”, sino de un problema crónico que hay que atender desde la política pública con una visión de complejidad. El experto argentino, el Dr. Marcelo Bergman, explica con evidencia reciente que son tres los factores, complementarios entre sí, los que posibilitan explosiones de violencias como la que ahora nos abruma y a la que no encontramos sentido: la alta demanda de productos ilícitos, la estructura de la oferta de esos productos y la debilidad del estado que posibilita a las organizaciones criminales disputarse esos mercados en casi total impunidad.
La guerra que hoy sufrimos no es la primera, pero sí es la más atroz, ha dejado miles de víctimas directas e indirectas, fortaleció nuestro estigma narco como nunca a nivel internacional, paralizó nuestra economía local y hasta nos obligó a perder la alegría encerrándonos en nuestras casas y cotos privados.
Soy pesimista respecto a nuestras capacidades reales para detener esto: en lo local, no tenemos la humildad, ni la voluntad política, ni los liderazgos, ni las instituciones para hacerle frente. Por eso, yo ya no me pregunto cuándo va a acabar, sino cómo haremos para no repetirla.
Y ahí es cuando creo que sí tenemos una oportunidad en el mediano y largo plazo. Pero solo podremos aprovecharla si dejamos la cobardía, la hipocresía, el cinismo, la memoria corta y la polarización para, primero que nada, ponernos de acuerdo sociedad y gobierno, en reconocer el tamaño de la crisis humanitaria que vivimos y diagnosticarla más allá de las buenas intenciones y el sentido común, es decir, con ayuda externa, evidencia y conocimiento.
Y entonces sí, con un puñado compartido de certezas, podremos abocarnos en exigir y dedicar con valentía, el tiempo y el dinero –repito, el tiempo y el dinero– necesarios para limpiar y construir las instituciones locales, a saber policías y Fiscalía, capaces de enfrentar este monstruo que hemos incubado durante 50 años.
En esas cinco décadas los criminales diversificaron del puro narcotráfico a una verdadera mafia: de las drogas al robo de vehículos, a la trata de personas, al alcohol ilegal, a la vigilancia clandestina, a los juegos de azar, a la desaparición de personas y la extorsión de sus familias, a los módulos de riego, a la obra pública y un largo etcétera.
En ese medio siglo, Sinaloa ha sido gobernado 40 años por el PRI, 6 por el PAN y el PRD y ahora 3 por Morena. Ninguno de esos gobernadores, ninguno, ha hecho lo que le toca para construir en Sinaloa las instituciones de seguridad y justicia que necesitamos y merecemos.
También durante ese periodo, muchos sinaloenses hemos sido líderes en lo público y lo privado desde distintas trincheras. De modo que no sólo somos todos víctimas, sino que somos corresponsables.
Cada vez que en Noroeste cubrimos un asesinato en el que a la víctima le han dejado un mensaje escrito en una cartulina y clavado con un cuchillo, en el texto escrito con faltas de ortografía, adjetivos de misoginia y amenazas a los rivales, sin importar que facción firme, hay un frase recurrente: “la capital tiene dueño”.
Y yo me pregunto, ¿quiénes son los verdaderos dueños de nuestra ciudad y nuestro estado?, ¿los criminales o nosotros?
Ellos que la destruyen, la expolian y la sumen cotidianamente en el miedo y la violencia; o nosotros que la vivimos, la estudiamos, la trabajamos, la contamos y la construimos a diario.
Pregunto otra vez: ¿ellos o nosotros?
El día que seamos capaces de asumir la responsabilidad completa de esa respuesta seremos capaces de contar otra historia; ya no la de cómo llegamos aquí… sino la de cómo salimos de la barbarie y comenzamos a vivir en paz.
Con infromación de: Animal político.