Hace cuatro años, un equipo de investigación instaló en los hogares de 20 familias a otros tantos robots lectores con forma de búho llamados Luka. Cuando regresaron en 2025, sin esperar demasiado, se encontraron con "algo extraordinario": de una forma u otra, los robots se habían integrado a las familias.
En un comentario editorial que se publica este lunes en la revista Frontiers in Robotics and AI, Zhao Zhao y Rhonda McEwen, de las universidades canadienses de Guelph y Toronto Mississauga respectivamente, cometan que la tarea de Luka "era clara: escanear las páginas de libros ilustrados físicos y leerlos en voz alta, ayudando a los niños a desarrollar habilidades tempranas de lectoescritura".
Los niños, en aquel momento, eran preescolares y apenas estaban aprendiendo a leer. Cuando Zhao y McEwen regresaron en 2025, los niños habían crecido y el nivel de lectura de Luka ya no era apropiado para su edad. "Sin duda, el trabajo de Luka había terminado", señalan.
Sin embargo, encontraron que 18 de las 19 familias a las que contactaron no sólo conservaban a su Luka, sino que, por decirlo de alguna manera, lo habían incorporado.
Mascotas y hermanos
"En nuestras entrevistas, padres e hijos describieron a Luka de forma conmovedora. Un niño llamó al robot 'mi hermano pequeño'. Otro dijo que Luka era 'la única mascota que he tenido'. Algunos padres admitieron que lo conservaban más para ellos mismos que para sus hijos: un recordatorio nostálgico de los cuentos para dormir y los primeros hitos", escriben los autores.
También dicen que las familias cuidaban y bromeaban sobre Luka y "en un caso, se lo regalaron a un primo menor en lo que parecía una ceremonia de jubilación".
"El propósito original del robot, leer en voz alta, se había desvanecido. Pero su rol emocional se había profundizado", agregan.
No todas las familias desarrollaron lazos tan estrechos, pero algunas lo usaban como reproductor de música y otras dejaron a Luka en un estante, junto a libros y recuerdos de bebés.
"Luka pasó de la función a la memoria", señalan los autores, y explican citando a un padre que les dijo: "Ya no lo usamos, pero no podíamos tirarlo. Es como parte de nuestra historia", y a otro que bromeó diciendo que el robot probablemente seguiría a su hijo a la universidad.
Añaden que incluso la ubicación del robot en las casa tenía significado: "Luka se sentaba en estanterías, escritorios o mesitas de noche. Una familia le puso un tapete debajo. Otra le puso una etiqueta con su nombre dibujada a mano. No eran aparatos guardados. Eran objetos en exhibición".
Incorporación
Zhao y McEwen mencionan que en el campo de la investigación de las interacciones entre personas y ordenadores o robots, "a menudo nos centramos en la novedad, las métricas de participación y el rendimiento en las tareas".
Pero el nuevo estudio demuestra que incluso un robot relativamente simple, uno que no se mueve ni habla libremente, puede convertirse en parte de la vida simbólica de una familia.
Eso significa que quienes diseñan robots de servicio "deberíamos pensar en la vida de un robot no solo en meses, sino en años. Deberíamos imaginar las transiciones de tutor a compañero, de ayudante a recuerdo. Deberíamos considerar cómo el apego emocional perdura más allá de la novedad y cómo las relaciones de los niños con los robots evolucionan, no desaparecen, con la edad.
También consideran que quizá necesitan "mejores rituales: salidas elegantes que reconozcan el vínculo. Después de todo, si un robot ha formado parte de los primeros años de tu hijo, no solo lo desenchufas. Te despides".
"A medida que más familias incorporen compañeros con IA a sus hogares, necesitaremos comprender mejor no solo cómo se usan, sino también cómo se recuerdan. Porque a veces, el robot se queda", concluyen Zhao y McEwen.
Con información de Latinus