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El problema de la gentrificación no son los extranjeros, es la complicidad políticos-inmobiliarias

Cuando el sabio muestra la luna, el imbécil mira el dedo. Por más repetido que haya sido este adagio, no deja de ser perfecto para definir el error en el que hemos incurrido en las marchas antigentrificación que se han llevado a cabo en las últimas semanas en la Ciudad de México. El de los discursos xenofóbicos que han prácticamente opacado el problema de la lucha de clases que es la que realmente despoja de su vivienda a los más pobres en un contexto de globalización. Como si se buscara atender los síntomas de una enfermedad para no erradicarla de raíz.

La primera marcha, celebrada el 4 de julio, día de la Independencia de Estados Unidos, mostraba ya el sello patriótico que se imprimió a esta reivindicación al grito de “fuera gringos”. Mientras que en la segunda, del 20 de julio, los cárteles expuestos en vitrinas por comerciantes que pidieron proteger sus locales por pertenecer “a familias mexicanas” terminaron de evidenciar la confusión reinante y muy comprensible cuando se entiende cómo se organizó la convocatoria.

Los organizadores de la marcha inicial se bajaron del bus cuando vieron que se estaban suscitando dudas y confusiones en torno al evento, explica Yessica Morales, miembro del frente antigentrificación de la CDMX. Por lo que ella y quienes retomaron el evento decidieron hacer una protesta en forma de micrófono abierto en la que cada quien se expresara libremente. Pero pronto estos jóvenes llenos de buena voluntad pero inexpertos se vieron rebasados por la magnitud de una convocatoria que reunió todo tipo de intereses muy distintos.

“Es algo que está atacando a personas de la tercera edad, a gente de barrios y pueblos originarios (...) que ya llevan mucho tiempo y están siendo invisibilizados. Entonces aprovechamos este espacio para decir también: ‘aquí estamos nosotros’”, explica antes de afirmar que “no pensábamos que iba a llegar esta cantidad de gente”.

Y en efecto, la convocatoria se desbordó, cambió de eje y unió inesperadamente a vecinos de la clase media acomodada que está siendo expulsada de sus barrios, especialmente de la Roma y la Condesa por extranjeros con un poder adquisitivo tasado en dólares; y vecinos de barrios mucho más humildes que llevan desde 1982 siendo expulsados a la periferia de la ciudad por gente con más recursos, generalmente nacionales y no en pocas ocasiones los mismos que se quejan ahora de los extranjeros.

Destrozos a inmuebles y negocios en marcha en la Roma. Foto: Miguel Dimayuga.

Pero como esta columna trata de tejer puentes y no de destruirlos, cabe mencionar que Yessica insistió ella misma en afirmar que “la narrativa (de las manifestaciones) no debe centrarse hacia un tema de migración”, sino “hacia los tratos diferenciados que pueden ser incluso entre personas nacionales” en una ciudad en la que “el marcador de supervivencia es el salario”. “Quien puede pagar más parece que tiene más derecho para quedarse aquí”, dice, aunque el problema sólo explotó a la vista de todos cuando se volvió identitario y cultural. 

Aunque enseguida expondremos las verdaderas raíces del asunto, explicado por dos expertos en el tema, es importante detenerse un momento para insistir en la manera en que el discurso xenofóbico y patriotero desvía la atención del verdadero problema.

Evidentemente da rabia ya no poder comprarse un café en la Roma o en Coyoacán porque está en 70 pesos. Ver cómo los gringos miran feo a los nahuas que piden limosna en la esquina, en lugar de que los miren feo nuestros criollos. Escuchar hablar inglés y sentirse desplazado de su propia colonia. Da rabia e impotencia entender que ya no están a nuestro alcance las rentas de las colonias más arborizadas y seguras, porque la gentrificación no es un mestizaje: es el reemplazo de una población por otra que conserva únicamente a los habitantes originarios que le ofrecen servicios. Lo peor de lo peor. Un proceso de neocolonización que mueve nuestras fibras cuando del otro lado del río Bravo el gobierno gringo expulsa a migrantes y caza a mexicanos en las calles.

Pero insisto: ésa es la consecuencia de un problema más profundo, no su raíz. Y comportarnos igual que los gringos pero en sentido inverso, por más que nos dé cierta satisfacción, no va a resolver el asunto de esta “nueva lucha de clases”, como dice la documentalista Jacaranda Correa. Pensar en la gentrificación como un tema relacionado con el color de la piel es pensar igual que la extrema derecha gringa y europea que trata de expulsar a los migrantes porque “se roban el empleo” de los blancos más pobres, en lugar de preguntarse quién se queda con la mayoría de la riqueza mientras nosotros peleamos por migajas. Quién evade más impuestos, quién se roba los recursos públicos.

El origen del problema

En la Ciudad de México la gentrificación es el resultado de una alianza entre políticos y empresarios que se hacen millonarios y cada vez más poderosos por medio de negocios realizados con el espacio público. Al igual que ocurrió en Inglaterra en la década de 1960, cuando fue acuñado el término.

Para el sociólogo Pablo Gaytán, su origen puede rastrearse hasta 1982, cuando la construcción del conjunto privado de Santa Fe dio el banderazo inicial de un proceso urbanístico que él define como “blanqueamiento por despojo”, que “ha provocado el desplazamiento de miles de familia a la ‘periferia’ de la metrópoli de la Ciudad de México”.

La gentrificación en la capital, destaca, se acentuó durante la regencia de la ciudad de Manuel Camacho Solis (militante del PRI y el PRD, aliado y protector de AMLO en aquellos años), cuyo secretario de Gobierno fue Marcelo Ebrard, actual secretario de Economía. Y el movimiento continuó con Cuauhtémoc Cárdenas, en alianza con Reichman Brothers (capital financiero Texano, ligado a la familia Bush y capital canadiense), quienes financiaron la construcción de la torre mayor en avenida Reforma. En ese sentido, añade, el destape del cártel inmobiliario operado en alcaldías de la oposición, pero tolerado por el gobierno central, permite apartar la vista de los poderosos grupos inmobiliarios que trabajan con todos los partidos: “RE URBANO, PARQUE, THOR URBAN y el Grupo KALUZ”. Lo que llama el “Estado inmobiliario”, entidades capaces de transformar no sólo el paisaje sino la vida de un barrio de manera que “el espacio público desaparece así en medio de las marcas y de consumo comandadas por los logotipos de las inmobiliarias y los grupos financieros”. 

Por su parte, el urbanista Víctor Delgadillo señala que Andrés Manuel López Obrador, como jefe de gobierno y asesorado por el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani, llevó a cabo una “recuperación” del centro histórico que expulsó a población de calle y vendedores callejeros. Mientras Carlos Slim “rescataba” el espacio. Expulsar a los extranjeros de ciudades turísticas no acabaría con la gentrificación, “porque los consumidores extranjeros son apenas la punta del iceberg”, señala. “Los verdaderos gentrificadores son los agentes públicos y privados que realmente tienen capacidad de transformar el destino y vida de los barrios”.

Y ojo, no digo acá que toda recuperación del espacio público sea siempre mala ni que haya que dejar de invertir en ello, sino que hacer recaer su coste en las poblaciones locales forzosamente generará un desplazamiento de los más pobres a favor de más ricos, siendo nacionales o extranjeros. Y eso es lo que tenemos que cambiar. Para eso, comenzar a fiscalizar los contratos de “renovación urbana” y su relación con el patrocinio de campañas electorales parece un buen inicio.

Pero centrarse únicamente en lo que hicieron los políticos priistas, que luego se convirtieron en perredista y morenistas, sería bastante miope en la medida en que ignoraría que este proceso de gentrificación se ha llevado a cabo en ciudades importantes de todo el país, desde San Miguel de Allende hasta San Cristóbal de las Casas, por citar las más turísticas, auspiciado por políticos de todo color e índole. Porque cuando hay negocios millonarios en juego ya no hay color ideológico que valga.

El caso es que todo este movimiento politiquero y empresarial es el que ya había despojado de sus hogares y desplazados a cientos de miles de mexicanos sin que nadie se inmutara ante la imparable marcha del progreso, hasta que la clase media fue la que se vio rebasada por el poder adquisitivo de los extranjeros que acudieron en masa luego de la pandemia y que nos ofrecen un buen chivo expiatorio. Suficiente para no preocuparse por el verdadero fondo del problema. 

Aunque tengo que reconocer que las medidas emprendidas por la alcaldesa Clara Brugada parecen ser un buen paso dado en ese sentido. Limitar el precio de las rentas y sobre todo la concentración de la propiedad en pocas manos es necesario, aunque no servirá de nada si no se investiga y castiga a quienes usan a prestanombres para evadir la legislación.

Pero todavía me queda la duda de si tanto ella como la presidenta Claudia Sheinbaum tendrán la valentía y el poder suficiente para ir sacando de a poco del paisaje a los dinosaurios políticos que lo pisotean desde hace décadas, la herencia maldita que recibieron no solamente de Andrés Manuel López Obrador, sino de todo el partidismo, morenista, priista, panista y perredista que es el que tendremos que sacudirnos algún día si queremos retomar nuestro destino en mano.

Con información de proceso.com.mx

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El mensaje, a la letra, dice (sic):

Quiero participarles con profunda pena el fallecimiento de mi entrañable amigo, Pablo González Gutiérrez. Hombre cabal, leal y fiel. Fue presidente municipal de Guachochi 1986-1989 y Diputado en el Congreso del Estado 2010-2013 durante mi Gobierno.

Esta fotografía es en mi primer campaña a Diputado Federal suplente en el 97. Pablito, de camisa blanca, lleva las manos levantadas con el entusiasmo y liderazgo que siempre lo caracterizó.

A su familia nuestro más sentido pésame y nuestras oraciones por su eterno descanso.

QEPD.

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