Bien mirado sin retorcer el sentido de las cosas, hay momentos en que el camino jurídico es no sólo inevitable, sino saludable. A veces no por lo que uno espera obtener en tribunales, sino por lo que uno está dispuesto a dejar asentado —por escrito, con folios, sellos y firma autógrafa— en defensa de algo más que el ego: la honra, la dignidad o, si se prefiere, la memoria futura.
Así, sin aspavientos y con los papeles en regla, el miércoles 6 de agosto de 2025, a las 11:11 de la mañana, fue presentada formalmente una demanda civil por daño moral en contra de La Opción de Chihuahua, S. de R.L. de C.V., y de su director, Manuel Osbaldo Salvador Ang, ante la oficialía de partes del Tribunal Superior de Justicia del Estado.
La demanda iba a ser presentada desde el lunes. No lo fue por razones estrictamente técnicas: reunir, organizar, numerar y clasificar setenta medios de prueba (entre notas periodísticas impresas a color, actas notariales, contratos, pagos, publicaciones electrónicas y otros documentos) no es cosa menor. Quien haya intentado alguna vez meter en un expediente el estercolero que han tratado de hacer de su vida, sabrá de lo que hablo.
El escrito inicial consta de sesenta y nueve páginas y se inscribió dentro de la materia civil por audiencias, conforme al turno asignado.
Visto sin apasionamientos —como debe verse todo aquello que se presenta con seriedad—, la acción judicial no es respuesta iracunda ni intento de censura, sino una consecuencia. Una consecuencia lógica y prevista del deterioro sostenido, intencionado y sistemático que se ha pretendido infligir desde una plataforma que se ostenta como medio de comunicación, pero que, en los hechos, ha funcionado más como trinchera, cloaca y tribuna de escarnio personal en contra del suscrito.
No hay lugar para la sorpresa ni para el escándalo: hay constancias: no hay gritos, ni aspavientos, ni portazos, hay demanda; y no hay insultos, hay pruebas.
Si alguien —por defecto visual o por costumbre argumentativa— quiere ver en esto una polémica, una rencilla menor o una piel demasiado delgada, que vuelva a mirar, pero esta vez sin torcer el cuello porque, bien visto, hay límites que no se deben cruzar; y cuando se cruzan, conviene que quede constancia.
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Luis Villegas Montes