Vivimos en la era del filtro perfecto, de las selfies con “glow”, de los retoques sutiles… o no tanto. La imagen se ha vuelto un pasaporte social, una carta de presentación más importante que la voz, la historia o incluso el talento. Y en medio de esta vorágine visual, la vejez —natural, digna y real— parece haber quedado fuera del encuadre.
Hoy más que nunca, pareciera que envejecer es un acto rebelde. ¿Por qué nos cuesta tanto aceptarlo?
El espejo digital: entre la validación y la distorsión
Las redes sociales nos ofrecen una ventana al mundo, pero también un espejo distorsionado. Filtros que afinan la nariz, borran las líneas de expresión y redibujan facciones. Lo que empezó como un juego se ha convertido, para muchos, en una adicción silenciosa: la necesidad de “verse bien” para sentirse suficiente.
No es casualidad que los procedimientos estéticos no quirúrgicos hayan crecido exponencialmente. Las líneas de expresión, las canas, la flacidez —símbolos naturales del paso del tiempo— se han convertido en enemigos a vencer. ¿Pero a qué precio?
Autoestima pixelada
La obsesión con la juventud eterna no solo modifica rostros, también afecta identidades. Muchas personas, especialmente mujeres, comienzan a sentir que su valor decrece con el tiempo, como si la belleza tuviera fecha de caducidad.
Esta presión constante genera una autoestima frágil, dependiente de la apariencia y de la aprobación digital. ¿Y si no me veo como en mis fotos? ¿Y si mi piel ya no refleja luz, sino historia?
Envejecer no es una pérdida, es una evolución
La sociedad nos vende la idea de que juventud es sinónimo de éxito, amor, felicidad. Pero… ¿y la sabiduría, la experiencia, la autenticidad que solo da el tiempo? ¿Por qué no las celebramos con la misma pasión?
Aceptar el paso del tiempo no es rendirse, es reconciliarse con la vida. Significa mirar nuestras arrugas y ver en ellas no defectos, sino mapas de lo vivido. Significa elegir nutrirnos más por dentro que por fuera.
¿Qué podemos hacer?
Hablar de la vejez con dignidad, sin vergüenza.
Mostrar contenido real, sin exceso de filtros, como un acto de amor propio.
Elegir modelos de belleza diversa, que representen todas las etapas de la vida.
Recordar que la luz más poderosa no viene del rostro… sino de lo que transmitimos con él.
Envejecer no es una amenaza, es un privilegio que no todos tienen. Y más que una lucha contra el tiempo, deberíamos iniciar una reconciliación con él. Porque cuando aceptamos nuestra historia con orgullo, cada línea en la piel se vuelve poesía.
Erika Rosas
erikaedithrosas@gmail.com