Desde los 8 años y hasta los 15, José Miguel tuvo la misma rutina. Cada mes, de la mano de su madre, recorría cuatro horas desde Teoloyucan, Estado de México, al Instituto Nacional de Cardiología en Tlalpan, en la Ciudad de México. Fueron 96 viajes siempre con la esperanza: que un día lo operaran y, que por fin, dejara de tener miedo por correr o hacer un esfuerzo que le costara la vida.
Cuando iba en tercero de primaria le detectaron una anomalía venaria y necesitaba una cirugía para corregir una válvula cardiaca. De no hacerlo, le explicaron a su madre, con el tiempo sus pulmones no tendrían suficiente aire y necesitaría oxígeno de manera permanente. La razón de vivir así es que “no había lugar” y tendrían que esperar hasta que tocara su turno para ser operado. Por eso iban cada mes a intentarlo.
“Era angustiante porque cada vez que yo venía decía, ‘no, esta vez sí hijo’, y él me decía ‘no, mamá, ¿para qué vamos? Si nos van a regresar’. Y yo le insistía: ‘no, es una lucha que no podemos dejar. Tenemos que estar ahí para que ellos vean que nos interesa tu salud, para que ellos vean que tú lo necesitas”, dice Isabel Chávez, su madre, entre lágrimas.
Se trató de una carrera de resistencia, no sólo por lo rutinario, sino por soportar la frustración de regresar a su casa sin siquiera una fecha de esperanza durante 96 meses. “Yo decía, ‘ya mi niño tiene nueve, ya mi niño tiene 10, ya cumplió 15 años y no tiene una respuesta”.
Peor aún cuando se atravesó la pandemia de Covid 19, entre 2020 y 2021, que retrasó todas las atenciones de especialidades en hospitales como este. Pero aún pasada la crisis sanitaria, José Miguel tuvo que esperar cuatro años más.
En la visita de enero de 2025, “gracias a Dios me dijeron que afortunadamente tenían espacio y lo iban a detener”. A los ocho días, por fin lo operaron y el procedimiento fue exitoso.
Isabel ha pasado ocho días durmiendo en el camellón frente al hospital mientras su hijo ha estado internado. No es práctico, por las cuatro horas de ida y otras cuatro de vuelta, ni por el costo del pasaje que ella regresara a su casa todos los días. Al principio, se quedaba en la banqueta con una cobija, pero luego, otras mujeres que tendieron casas de campaña también a la espera de sus familiares, la invitaron a quedarse con ellas.
Isabel trabaja haciendo aseo en casas y su esposo es albañil. Ninguno tiene seguridad social. Aunque su esposo pensó en conseguir un trabajo que le diera derechohabiencia, ella le respondía que no, que este era el mejor hospital para que atendieran a su hijo. Desde un principio, cuando la mandaron ahí le dijeron “‘si te lo aceptan, va a estar en las mejores manos, tu niño va a estar en el mejor lugar’. Y cuando escuché eso, yo dije “mi niño tiene que estar ahí y vine”.
Isabel tiene razón. El Instituto Nacional de Cardiología es uno de los mejores centros del país para la atención, enseñanza e investigación de enfermedades del corazón. Con 3,235 especialistas certificados en diferentes subespecialidades como cardiología clínica, cardiología pediátrica, electrofisiología, cardiología intervencionista, ecocardiología y rehabilitación cardíaca. De ellos, 136 profesionales forman parte del Sistema Institucional de Investigadores en Ciencias Médicas de la Secretaría de Salud que publicaron 252 artículos científicos.
El año pasado cumplió 80 años, manteniéndose como una institución de referencia para pacientes de todo el país que, sin importar su condición económica, pueden recibir los mejores tratamientos por los mejores especialistas.
Sin embargo, igual que las pequeñas clínicas en los lugares más marginados del país para personas sin seguridad social, esta institución también ha padecido recortes presupuestales en el sexenio del primer presidente de izquierda, Andrés Manuel López Obrador y de su sucesora, Claudia Sheinbaum.
El expresidente Andrés Manuel López Obrador aseguró que su gobierno lograría la completa gratuidad en los servicios de salud, que hasta 2024 se mantenían entre 75 % y 80 %. Ninguna persona tendría que pagar nada por atenderse, insistió hasta mayo de 2024.
Sin embargo, no vendría acompañado de más recursos. Durante la negociación del presupuesto para este año, el director del Instituto, Jorge Gaspar Hernández, emitió un comunicado interno para informar a la comunidad las afectaciones de los recortes presupuestales en 2024.
Por ello apelaba a la “comprensión y solidaridad con el Instituto” ante algunos ejemplos: “Por la dificultad de obtener dispositivos médicos, alimentos adecuados para el personal o financiamiento para la construcción”.
Pero su petición no fue escuchada en Palacio Nacional porque la presidenta Claudia Sheinbaum continuó con la política de recorte para hospitales. En 2025, este Instituto tiene un presupuesto de 1 mil 810 millones de pesos. Un año antes le aprobaron 1 mil 972 millones de pesos.
Esto significa que en el primer año de gobierno de la presidenta Sheinbaum, el hospital deberá cumplir con la “gratuidad” de 100% y recibir absolutamente a toda persona que lo solicite, pero tendrá 161 millones de pesos menos para lograrlo.
Un médico del Instituto que pidió anonimato explica que la gratuidad sí trajo beneficios a pacientes que ya no tuvieron que empeñar su patrimonio para pagar los insumos de una intervención en una institución como esta, como sí ocurría en gobiernos previos, porque, efectivamente, ya no se cobra nada por la atención. Sin embargo, también trajo saturación.
“La unidad coronaria, que es el sitio donde se hospitalizan a los pacientes graves que vienen generalmente a través de urgencias, se ve sobresaturada en capacidad. Ahorita tenemos llena el área de hospitalización y los de la unidad coronaria no se pueden movilizar. Entonces eso es una situación que no es por falta de insumos estrictamente, sino por falta de capacidad hospitalaria”.
El médico explica que esta saturación también obedece a otro problema estructural que sigue manteniéndose: “La infraestructura del sistema de salud no ha aumentado de acuerdo con la población que demanda la atención. Y esto ha ocurrido desde hace décadas, no recientemente”.
Esta saturación fue la razón por la que Camila, de 7 años, tuvo que esperar cinco años para la cirugía luego de un mal funcionamiento de una de sus arterias. “No había camas” para poder internarla e intervenirla, explica su tío Fabián.
“Desde bebé está en tratamiento. Se esperaba nada más que hubiera lugar, luego como se atravesó todo eso de la pandemia y todo eso, entonces se estuvo restringiendo mucho también”, cuenta. Apenas en enero pudo ser operada, e igual que Isabel, la familia también vivió en el camellón en casas de campaña durante su recuperación.
Con información de: Animal político.